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informe 467
CAMBIO DE SEXO
(Lo día de la muller trabailladora jajaja)
(o "siempre es mejor ser desertor que prisionero")
de Arturo Montfort

    Miren ustedes, y perdonen que vaya directo al grano: nuestras vidas están plagadas de errores de apreciación. De pequeño y escuchirrimizao aventuraba, no me pregunten por qué sinrazón, un futuro halagüeño. Y cuando comprobé que mi primer pantalón largo había salido de la cortina vieja del comedor de casa, pensé: si empezamos así, nada puede salir bien.

    Y, además, como pillé, miren ustedes, la época progre, mi ideario juvenil fue la mar de suculento. A saber:

    menospreciaba a mis padres, que habían sobrevivido a la catástrofe de la guerra civil y navegaban como podían.
    juraba que nunca colaboraría a la pornografía familiar, o sea, que nunca me casaría
    abominaba de la propiedad privada, de la de los medios de producción y la de los bienes inmuebles. Nada de comprar un piso. Niente de colaborar con la especulación neoliberal. Ni parlar-ne'n de comprar una masia vieja en el Edén, o un vulgar apartamento en la playa. ¿Un coche, dicen? Un Dian seis, a lo sumo… no fuera que me confundieran con un maldito revisionista.
    que jamás votaría al PSOE
    pensaba que jamás añoraría las verbenas de San Juan, los cumpleaños feliz, las lucecitas y sobremesas navideñas…
    que mis padres nunca se morirían
    que no envejecería jamás. Decíamos aquellas tonterías que decía el volao de Marinetti: los más viejos de nosotros tienen treinta años. Tenemos, pues, diez años para llevar a cabo nuestra obra. Cuando tengamos cuarenta años, que nos echen los más jóvenes al cesto de los papeles como manuscritos inútiles. ¡Pero si ya voy para los cincuenta y ahora digo, ufano y patético, qué me quiten lo bailao!
    que nunca sería Jefe de Negociado de nada
    que sería el pichichi del amor libre (jajaja)
    etcétera

    Por eso sólo veía fútbol y tenis, y leía a escritores del sexo masculino. Por cierto, hablando de escritores, el 12 de febrero de 1984 murió Julio Cortazar. Para quien quiera saberlo, sus restos se hallan en el cementerio de Montparnasse, junto a Carol Dunlop. Una mujer hermosísima, por cierto. Algo así como la Maga de Rayuela, ese ideal novelero de mujer, tan abstracto y misterioso como la Bolsa o la declaración de la renta. Ahí nos puteamos nosotros mismos, chicos. Todos tras la Maga de turno mientras, en la trastienda trajinábamos nuestros asuntos internos. Con ella, con Carol, emprendió Julio su penúltimo viaje. Fue el modesto recorrido de dos cosmonautas por una autopista francesa. Dijo una vez, Julio: Me gustaría repetir aquí la "boutade" de Picasso: "yo no busco, encuentro". Y añadió: Yo encontré al cuento. Julio no es muy leído actualmente que digamos, pero yo le sigo siendo leal (que no fiel). Sus cuentos me siguen pareciendo fascinantes y pasmosos. Allá ellos (ellos se lo pierden, que diría yo). Que lean a Pilar Urbano o a Margarita Riviere.

    Amigo Morsa, no cojas el teléfono (para qué sino tienes el contestador, por cierto debes cambiar el mensaje, al oyente eso de la ironía no acaba de gustarle, incluso algunos ven doble intención donde la hay). Tengo que dejar de fumar, pero, ahhhhhhhh, el primer cigarrillo es un maldito cuningulus que me deja catatónico (y, además, el maldito pide otro y otro…. ¡hijo de puta!, ¿quieres matarme?).
- Si

    A todo eso, la tele operadora de turno llama a las 17,38 horas de la tarde de un miércoles de marzo:

- Buenas tardeeeees. ¿Con la senyooora de la casa?
- Soy yo
- Ah, ¿viveeee usted solo?
- Más sólo que la luna
- Bueeeno, pues perdone, ¿eh?
- Perdonada
- Bueeenas tardes
- Buenas tardes

    Porque, amigos míos, yo soy la señora de la casa (y a mucha honra). Una señora muy Manolo, es cierto, pero cada vez menos estresada (interesada no, es-tre-sa-da) con el rollo de la colada y el corolario de las recetas y las salsas. Una señora, por cierto, que a estas alturas de la vida todavía se pregunta qué narices es el amor. Que de vez en cuando es feliz pero a quien la felicidad se le asemeja una abstracción, una carga demasiado pesada de llevar.

    Les voy a contar…, a ver si esto se anima. Una de mis fantasías maso es reencarnarme en la Sofía-Loren-ama-de-casa de Una jornada particular. Sofía expiaba la culpa femenina sufriendo su casorio con un gordo cerdo fascista, manteniendo entre diana y retreta a una panda de gansos que llamaremos hijos, tirando a insoportables (alguno repulsivo, diría yo). Y a una portera soplona, con ojos crueles y bigote. Pero no todo es auto castigo en mi fábula, así que, como pasa en la película, voy y me enamoro de Marcelo Mastroiani (aiaiaiaiai…), que es un señor muy atractivo, gay nada más y nada menos. Un señor culto y ciertamente atormentado, pero muy divertido cuando quiere, y a quien le encanta trasladarse con patinete por mi casa y arreglarme el cable que sujeta la bombilla de la cocina.

    Será por eso que me gusta tanto el Jarabe de Palo:

    Vivo en un saco pegado al suelo
    de donde veo entre pasando
    y cuando salgo entonces pienso
    mejor me quedo
    Vivo en un saco lleno de trastos
    de donde oigo gente hablando
    y cuando salgo entonces pienso
    mejor me callo

    Por cierto, y hablando de estrés, en el periódico ése, Barcelona, creo que se llama, que regalan por ahí, leo el horóscopo del día (¡ya es valor!) avisando a los Virgos de que bajen la carga de adrenalina o se van a estresar (enterar no, es-tre-sar) más de lo que ya están. Y como procuro ser amigo de mis amigos, llamo en seguida al Prats, el balneario de Caldes de Malavella, para avisar a mi amigote Diabolik (que es Virgo y está estresadísimo del hígado para arriba) al efecto de aconsejarle que alargue un poco más su estancia, pero el muy master es tan listo y está tan a gusto que ya ha decidido por su cuenta pasar de la semana a los diez días, así que su voz, al otro lado del hilo telefónico, suena a susurro de Jedi meditando (¡qué digo!: levitando); transmutado en un cuadro sobredorado de gaviotas flotando sobre la tela roja y carnosa del amanecer.

    Se puede ser prisionero de muchas cosas. Del estrés o de uno mismo. Aunque siempre es mejor ser desertor que prisionero. Y si no, que se lo digan a Edmundo. El 28 de febrero de 1815, encerraron en el Castillo de la isla de If a Edmundo Dantés, conocido más tarde como Simbad el Marino y, finalmente, como El Conde de Montecristo. Al desdichado lo tuvieron 14 años en un zulo asqueroso, bajo la falsa acusación de ser bonapartista. Y él sin enterarse de qué iba la cosa. Hace falta ser ingenuo. Al menos eso nos contó Alejandro Dumas padre, y yo siempre me lo he creído, que para eso, y no para otra cosa, estamos los buenos lectores, para creernos a pies puntillas lo que nos cuentan los escritores, sobre todo si nos lo cuentan bien. Como digo, en esa celda asquerosa se pasó Edmundo nada menos que 14 años. Cosas de la política, que diría mi padre. Allí conoció al cura Faria, que le enseñó la sabiduría universal en amenas sesiones complementadas, eso sí, de humedades, ratas y cucarachas. El padre Faria, un aristócrata golpeado por el infortunio, enseñó a Edmundo a descubrir, ayudado de sus conocimientos y capacidad deductiva. a sus delatores, uno detrás de otro, despertando en Edmundo el sabroso cáliz del odio. Luego, por supuesto, llegaría la venganza que, como ustedes saben tan bien como yo, es un plato que debe servirse bien frío.

    En esa celda pues, Edmundo pasó de la desesperación más absoluta al odio más intenso. Dicen que una de las formas de sobrevivir es gracias al odio. Y si no que se lo pregunten a Ben Hur, que resistió las galeras romanas gracias a sus ansias de desquite. Gracias a Mesala. Con razón afirma Terenci Moix que la película deja de interesar en el momento que Mesala muere (aiaiaiai…). Pues sí, amigos míos, existen dos formas de pesimismo único absolutamente perversos completamente diversos o no tanto: los idealistas resentidos como dijo alguien que sólo quiso fijarse en los mejores, y aquellos otros, entre los que me encuentro, los pesimistas que se forjan en los negros pozos del miedo, los que, vayan mejor o peor las cosas, tienen miedo, sólo tienen miedo, siempre miedo. Yo digo lo que dijo Kierkegaaaaard: lo seguro no es seguro, es horrible (jajaja).

    Ya ven, mi única pretensión es ser una señora tontuela y feliz con su escoba (o/y aspirador). De esas que poseen el don del silencio cauto. Que siempre agarran la taza del té con la mano derecha y el platillo con la izquierda, para no mancharse la falda. Que cuando no entienden una cosa se limitan a mirar, a escuchar y a callar, pero saben dotar a su rostro de una expresión neutral sólo iluminada por una mirada pensativa que sirve para todo. Por eso me operé, y me costó mis duros, y justo cuando me permitieron casarme mi novio ya me había dejado.

    Soy una señora dentro de un armario que si tuviera la desgracia de ser hombre y haber hecho la mili hubiera llegado a la conclusión, como Gila, de que el ejército es, fundamentalmente, una fuente de inspiración del absurdo, y en el cual el único papel digno es el de desertor. Como hizo mi padre. Desertar. Por eso lo encerraron en el penal del Dueso, en la provincia de Huesca.

   Me tiro sobre la piscina de mi cama a alimentar esta especie de mariconada (con perdón) que llamamos gripe y que no es más que un conjunto idiota de dolores musculares, cefaleas, muermos diversos, fatiga y apatía existencial. Sin fiebre, claro. Interrumpe mi soliloquio el clásico amigo inoportuno.

- ¿Vendrás al Ayuntamiento el día tal a la hora cual?
- ¿Mande?
- Sí hombre, hjfkjfwvfekjdsakj
- ¿Comor? No compren pa
- kjfeufakfdaS… MARRIAGE
- Ah, ya… Acabáramos… ¿te casas?
- Por fin…
- ¿Y por qué?
- ¡Porque me sale de los huevos! (se ha cabreado, lo percibo…)
- Y además porque me dan quince días de vacaciones, y además…
- Vale, vale, vale, con la primera razón me basta

    Cuelgo y Luis Eduardo Aute exclama "Mira que eres bocazas, que no se hace así". Son las 17,27 de la tarde de un perezoso día de febrero. Las hay que estaríamos tan bien calladitas….

    ¿Qué quieren que les diga? A veces Félix se pasa. Con los sabios ya pasa eso, se ponen a escribir y se les cruzan los cables. Y entonces se creen dioses del Olimpo. O de El PAÍS, vaya usted a saber.

    Pues va Félix de Azúa y dice: En sólo veinte años se ha producido una revolución mucho más eficaz que la soviética. Las mujeres han conquistado su soberanía sexual, política y laboral. Esta nueva soberanía las afecta a ellas, pero hace mucho más interesante la vida de millones de varones. Ahí tienen al señor Félix de Azúa (desertor de una Barcelona que en los años ochenta se amariconó de pujolismo y tonterías diversas). Ahí tienen a Félix, digo, arrimando el ascua a su sardina. A mí no me la des, Azúa del alma, que yo ya estoy harto de ser un Manolo

    de que cuando me haga el feminista me den jarabe de palo por hipócrita
    de perderme en los entresijos del lavaplatos y la sábanas bajeras.
    de que se me queme la cafetera
    de perderme el glamour de salir de la ducha con una toalla en forma de turbante, con los pies descalzos como los de una princesa
    de que mis actos de caballerosidad empiecen con un perfecto aparcamiento y acaben pagando la cuenta del restaurante o la discoteca
    de no poder excusar mi inestabilidad emocional, menstrualmente hablando
    de no ejercer mi potestad de escote de barco y amarre ordenándole al guaperas ese del Martini que me cambie la rueda pinchada
    de no poder asegurar desde la lejanía del baño que ya estoy lista y recrearme luego media hora larga con el rouge los labios
    de abrir el armario ropero y no poder exclamar, presa de ansiedad convulsiva: ¡no tengo nada qué ponerme!
    de quedar atrapado como un tonto ante la imagen de veintidós descerebrados corriendo tras una cosa redonda
    de que la tarjeta de crédito se me enfríe en el billetero
    de perderme cada verano ese gozoso sufrimiento, cuando me depilan el triángulo del biquini
    de mirarme al espejo y hacerme la foto del idiota
    de coger el teléfono, cruzar las piernas con elegancia, encender un cigarrillo entre mis uñas pintadas de marrón oscuro, dejando el tiempo a fuego lento y al maromo consumiéndose de morbo en el sofá
    de ir de compras y que no haya manera de oler un atisbo de orgasmo, ni siquiera en Purificación García

    Es verdad. Lo confieso. Estoy harto de ser un Manolo más. De que mi vida sea muy interesante (dice monseñor Azúa), precisamente porque las mujeres han conquistado su soberanía sexual (mira que eres…). Mamá, yo de mayor quiero ser una señora. Por ejemplo, como la de la foto.

    ¿Me entienden ustedes o se lo vuelvo a explicar?

de Artur Montfort
Barcelona,
3 a 15 de marzo de 2001


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