LITERATUYA
 escribo porque escribo y porque tú

REVISTA DE LITERATURA

 
 Revista de Literatura » Relatos » Travesía 1 2 

  

> LITERATUYA
INFORMES
>> RELATOS
POEMAS
ESCRITOS...
CLUB de los Cronopios


RELATOS

de Emilio Arnaiz
El Soho y otros relatos

de Miguel Gutierrez
Para y por ti

de Sira
Un siniestro

de Marcelo D.Ferrer
Crónica de una
  noche de niebla

de Rosa Mora
• El espejo, el río,
  la ciudad

de Julia Otxoa
Oto De Aquisgrán
• Correspondencia
• El escritor en tiempos de crisis
• El tren de las seis
• Longevidad
• Firma
• Muzzle
• Caballos
• Avenida Lincoln

de Miquel Silvestre
Diario de un gigante
• Federico

de Salvador Luis
• El vuelo

de Massi Lis
• Las plantas dormilonas

de Sergio Borao
• Feria

de Bardinovi
• Chica en tránsito

de Remei Romanos
• Collage con merengue

de Marcelo Choren
• Volver al mar
• En la madriguera
• El mejor amigo
• Margaritas de chocolate
• Dos manchas blancas

de Pedro Ugarte
• La curva de Flick
• El escritorio
• Un dios vulnerable
• Travesía
• Lección de idiomas

de Arturo Montfort
I can’t get no   satisfaction
• Yo soy la morsa
• Yo soy la morsa (contraportada)
• El archivo secreto
• Mamá ha muerto
• Mátame

de J.L. Caballero
• Las cartas de Antioquía
• Como lágrimas en la lluvia
• Palabras de un rebelde
• Una de mis historias

de Toni Martínez
• El silencio al otro lado



ads

TRAVESÍA  2 y final
de Pedro Ugarte

Versión para imprimir
y leer más tarde... en papel
La voz del armador, que a veces asoma por la radio, sigue evitando mis preguntas, al tiempo que notifica nuevas instrucciones, ordena cambios de destino, o sugiere apremios o demoras en el viaje, en función de remotas negociaciones comerciales que afectan a la carga, pero de las que a bordo no sabemos nada. Ya he renunciado a pedir explicaciones. Anoto día a día los cambios de rumbo, los acopios de combustible. Descubro con los prismáticos el pasar de aves lejanas o acudo a cubierta para apaciguar una repentina trifulca entre mis hombres. Por las noches me acuesto con el suficiente cansancio como para no pensar en nada, pero a veces, sólo a veces, me pregunto cuál es la razón de este largo viaje, de qué modo empezó todo, de dónde proviene esta monótona sucesión de días y de noches.

Entre los miembros de la tripulación hay dos o tres etíopes que acosados por el hambre acababan de llegar a Puerto Sudán, humildes campesinos a los que hubo que enseñar a bordo las labores más elementales. Uno de los primeros días, mientras examinaba una carta de navegación, me contemplaron fascinados, preguntándose qué es lo que hacía. Por eso no me pareció extraño que poco después comentaran con otros marineros que el capitán hablaba con Dios: sin duda desconocen la existencia de la radio. He convenido con los marineros más inteligentes (un ex recluso alemán, un par de turcos) que no estaría mal dejar que entre el resto de los hombres se difunda esa patraña. La mayoría de la tripulación está compuesta por hombres sin experiencia, seres elementales, algunos de ellos nativos vagamente islamizados de remotas aldeas africanas.

Desde que saben que hablo con Dios me miran con más respeto. Trabajan con una convicción y una honestidad casi risibles. Me valgo de esa treta para mantener la disciplina, aunque sinceramente no sé cuándo terminará este viaje. Por radios, de forma continua, exasperante, se ordenan cambios de rumbo, se notifican nuevos destinos. Me gustaría saber algo de la carga, pero con el tiempo he comprobado que el prestigio que ostenta un intermediario de Dios es mucho más eficaz que el de un capitán consciente de sus responsabilidades. Presiento que muchos de los marineros me ven ya como un sacerdote, y lo cierto es que mi modo de dar órdenes ha cambiado. Ya no soy enérgico y tenaz. Me limito a modular la voz y trazar amplios gestos con la mano, gestos casi litúrgicos.

He sorprendido a un marinero portando una estatuilla de barro. La estatuilla tiene mis rasgos. Y de repente pienso que bien poco vale conocer o no la carga ante el halo de autoridad que voy acumulando. Los pocos marineros que están al tanto del secreto (los pocos incapaces de aceptar un hecho tan risible como confundir la radio con un diálogo con Dios) son aquellos que, curiosamente, han empezado a desconfiar de mí. Insisten una y otra vez en que el armador nos ha traicionado, que este es un viaje delirante y dura ya demasiado, que deberíamos abrir las bodegas para ver lo que contienen. El alemán y los dos turcos son hombres recios, pero yo prefiero no atender a sus demandas. Hace tiempo que el secreto de la carga me importa más bien poco. Estoy decidido a no lucir ya más la gorra de capitán. Les sugiero un trato mejor: idear algún complicado rito, algo que confirme ante los demás mi condición sagrada. Hoy los tres marineros han venido a verme al camarote y me han sorprendido confeccionando una larga túnica. Creo que se están impacientando. Hay algo embriagador en el ambiente que me ha cegado hace semanas, pero sólo cuando me dirijo a ellos llamándoles "hijos míos" presiento que todo está perdido. El alemán saca entonces un arma, oigo una detonación y mientras me desplomo comprendo que muy pronto me será revelado, por fin, el contenido de la carga.

Versión para imprimir

Otras Literaturas
autoretrato Carles Verdú
• Conversaciones
  por Ferran Jordà
  y Arturo Montfort
• Retratos
• Ilustraciones de   Cortázar
Libro de artista

Juegos y acertijos
Ambigrama
 Anagramas
 Sam Loyd
 Enigmas, acertijos y rompecabezas clásicos
 Ambigrama: De joc a joc
• Ambigramas
• Enlaces


Novedades
 Novedades editoriales
 Anhelo de vivir
 Textículos bestiales
• Materiales para una expedición
 Lo que queda del día
 El corazón de las tinieblas



Autores
George Steiner
Julio Cortazar
John Le Carré
Vladimir Nabokov
Umberto Eco
Lewis Carroll
Raymond Carver







Cronopios | Informes | Relatos | Poemas | Juegos | Otras Literaturas

diseño de páginas web
 diseño web | retiros yoga | promoción web
 Patrocinio: ferran jorda
© Literatuya